25 DE FEBRERO DE 2018 11:20 AM

Innumerables hechos históricos de carácter social han demostrado a lo largo del tiempo, que la unión de fuerzas excede el escueto concepto de unirse por un mero interés. Lógicamente, cuando confluyen grupos de personas con ideologías y visiones disímiles, la amalgama para conseguir una razón de aliarse no es otra que, tener algún beneficio en común; hasta el más mínimo detalle sirve. Claro, si se tratan de perfilar rutas de luchas sociopolíticas que ayuden a conquistar la democracia, las tácticas y los análisis deben hacerse de manera profunda. Si miramos al pasado, encontramos que Churchill, Stalin y Roosevelt entendieron que, para derrotar definitivamente a Hitler, tenían que articular un esfuerzo conjunto. Otro ejemplo es el caso chileno, donde la unificación que la oposición realizó y asumió sin complejos bajo la creativa campaña del No, venció en el plebiscito a Pinochet.

Dentro del vaivén casi existencial del mundo opositor venezolano, la necesidad de establecer, sin medias tintas, la unidad perfecta parecía -hace tres semanas- un hecho casi imposible; “primero llueve hacia arriba”, indicaron los más escépticos. Ciertamente, la dinámica con la que suceden los hechos en Venezuela ha hecho reflexionar a cada ciudadano e institución del país, en función de colaborar en la construcción de un frente nacional que ponga freno a la dictadura narco-militar enquistada en Miraflores. La iglesia católica, las universidades, los gremios, los trabajadores, los estudiantes, las amas de casa y un largo etcétera tendrán que desprenderse de sus “dramáticas urgencias” personales, con la finalidad de alcanzar un propósito común y ulterior, rescatar al país.

Mucho se ha dicho que el pragmatismo privó al momento de darse la reunión de las tres potencias en Yalta en febrero 1945; tal vez sea cierto. Sin embargo, lo que primordialmente impulsó a esos líderes a dejar de lado su altiva visión de ser país potencia fue, sin duda, la humildad política. Definitivamente, cualquier alianza inicia honrando a la humildad por encima de las estrategias y los cálculos. Si bien, se pueden reconocer virtudes y aportes propios que servirán a la causa, también, corresponde en mayor medida, aceptar las fortalezas que ofrece la contraparte para lograr el objetivo común.

Esto tiene que ser la piedra filosofal de la oposición, en esta nueva etapa de la lucha democrática que se avecina. Aplicar el axioma de la Madre Teresa de Calcuta: “Yo hago lo que usted no puede y usted hace lo que yo no puedo. Juntos podemos hacer grandes cosas”. El país no resiste más heridas. No soporta otra cicatriz, sobre todo, aquellas infringidas gracias a las disputas infructuosas e inverosímiles entre los líderes políticos, y de los atroces señalamientos hacia la MUD, de opositores de a pie y del teclado. No hay cura para tanto vilipendio social. El país se encuentra en “diálisis constante” tratando de regenerarse de cada error y trapisonda de la que es víctima.

Nadie puede llamarse a engaños. Los últimos anuncios del régimen dejan claro que están decididos a tomar el control total del país, desintegrar a la oposición (políticos y ciudadanos), y enfrentar a la comunidad internacional, por supuesto, mientras ésta no desarrolle acciones más contundentes. Analizar al régimen pereciera no tener sentido práctico, porque éste se juega sus cartas bajo la manga. Va de frente al fondo de esa calle ciega que no sabemos cómo terminará. A la luz de la realidad política, la oposición debe darle cuerpo rápidamente al Frente Amplio Nacional (FAN). Desarrollar una estructura que integre representantes de cada sector, coordinado por una cabeza visible. Un líder unitario que cuente con suficiente credibilidad y, además, se encuentre fuera de la órbita partidista; por ejemplo, el Padre Ugalde o algún Rector universitario.

La gente busca respuestas rápidas, lejos de la paquidérmica burocracia partidista. Si el liderazgo consigue engranar una propuesta creíble, las grandes masas se reactivarán contundentemente. Es errático pensar que la gente está ida, dormida e indiferente. Al contrario, el descontento está latente y solo es contenido por falta de una estrategia coherente que ayude a percibir a la gente la cercanía del gran final. Es menester conservar la unidad, uno de los retos más difícil de sortear.  El Padre Luis Ugalde, en su artículo, Alianza Democrática para la liberación, esgrime en una de sus partes lo siguiente: “…nuestra democracia es plural, por eso alarma ver que algunos tratan como contrarios y gastan su tinta en atacarlos como enemigos a los opositores que son distintos a ellos”.

Si persistimos en no reconocernos como un colectivo que persiguen un mismo fin, estamos llamados al fracaso. No es fácil despojarse de tantas frases y posturas, pero urge aceptarnos mutuamente. En esta lucha hacemos falta todos por igual, nadie debe quedar fuera del frente unitario. La alianza nacional debemos verla como un gran código de barra. Un conjunto de políticos, ciudadanos e instituciones paralelas que, individualmente, tienen características separadas y distintas. No obstante, al unirlas bajo la necesidad de salvar al país -como si del lector láser se tratara- nos convertiremos en una fuerza indetenible, única y global.

Miguel Peña G.

@miguepeg

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