Por Mariángel Suárez Así lo veo yo

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Venezuela nunca me avisó que me iba a sacudir de esta manera. En la época en que estábamos completos, en los que la cotidianidad era sólo eso, nunca imaginé que viviría una etapa en donde la fe es un acto de absoluta valentía. Bueno quizás también he pensado que esta versión del mundo, en todas sus ascendencias y descendencias, nos hace sentir a muchos en una época equivocada.

La que llamo la Generación R, no tiene una edad comprendida, por el simple hecho de que, en mi opinión, sólo tiene una referencia posible, que lleva unos 18 años más o menos, en los que hombres y mujeres de todas las edades han sufrido una transformación constante y sin reparo que minó la cultura de este pueblo.

En medio de tanta palabra mía, y de tanta improvisación egoísta de un grupo con un poder absoluto, desmedido y sin controles están unas víctimas que, como yo lo veo, son la parte más triste, peligrosa e inhumana que puedo visualizar: los niños y su futuro.

Hagamos un ejercicio, pueden imaginar dentro de algunos años a una generación de niños o jóvenes sin capacidades para pensar, aprender y desarrollar su inteligencia. Esa es una amenaza muy seria para un pueblo con tantos jóvenes e infantes pasando “hambre”. Con un riesgo considerable de desnutrición, desprotegidos y a merced de sufrir un daño “irreversible” en sus cerebros.

Los venezolanos estamos sumergidos en un difícil y complicado “juego mental”, en el que es necesario distinguir y proteger nuestras posibilidades para alcanzar algunas metas. En un mundo donde las generaciones tienen a su favor herramientas para desarrollar sus capacidades profesionales, creativas y humanas, es todo un reto para los de esta tierra poder hacerlo.

El plan de estos macabros es así: que se vaya la mayoría de los buenos, los mejores que se difuminen por el mundo y los que se queden simplemente que se lo aguanten. Un país secuestrado y embargado, con millones de corazones en cada punto de este planeta.

Esta Generación R, de los que todos somos parte, le está tocando escribir una historia de Venezuela distinta marcada por profundos cambios sociales. Muchos no lo lograrán, otros nunca entenderán y siempre se preguntarán cuándo, cómo y por qué pasó. Pero estoy segura que millones aprenderemos y conseguiremos el camino, es obligatorio hacerlo porque el daño en el cerebro, de los que no tienen oportunidad, nos obligará a ser los responsables de las decisiones importantes.

A veces resuena en mi mente la célebre frase de Winston Churchill «sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor». Cuánto de esto hemos experimentado en Venezuela. Pero sin duda, la pregunta que más me aterra es ¿cuánto falta para que esto se acabe?

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