Miguel Peña G.

@miguepeg

Es indudable -a esta alturas- no reconocer la fatídica fecha del 4F del 92, como punto de partida a la difícil, grave y lastimosa situación que le ha tocado vivir al país en los últimos años; dieciocho para ser exactos. Más allá del análisis estadístico e histórico que cubre a la fracasada asonada militar, sería necio no entender que las estructuras sociales, políticas, económicas, culturales y claro, el modo de vivir de los venezolanos, sufrieron desde ese día, una caída acelerada, constante y dramática hacia al abismo.

Sin pedirle permiso a nadie, el alzamiento militar comandado por el -peor venezolano de la historia- Hugo Chávez, abrió las puertas a un proceso difícil de catalogar. Es bien conocido el inmenso peregrinar ideológico -o mejor dicho, laberinto- que mostraba el “comandante eterno”. Es decir, en la mañana era comunista, por la noche maoísta, de madrugada marxista, cuando llovía socialista, al cepillarse hinduista y si reculaba, ecologista; en fin.

Era previsible -hasta para el más inocente de los ciudadanos- que los acontecimientos socio-políticos que irrumpieron de forma abrupta en la sociedad venezolana gracias al 4F, darían paso -sin freno alguno- a una orgía de corrupción mezclada con sed de poder, odio y venganza; combinación fatal para una sociedad.

Si se hace un mea culpa, el venezolano de a pie tiene mucho que recriminarse en ese sentido. Cegado por el resentimiento y el descontento de las malas praxis políticas de los partidos -en muchos temas que aquejaban a las mayorías- llevaron a muchas personas a dejarse seducir, por cantos de sirenas que entonaban por ejemplo, freírle la cabeza a los adecos y copeyanos. Por supuesto, dicho sentimiento de antipolítica no surgió de forma espontánea, sino más bien fue germinado, por numerosos factores que se dedicaron a bombardear el sistema de gobierno y a los partidos políticos, sobre todo, algunos medios de comunicación.

Muchos distinguen al caracazo como el catalizador de todo nuestros males contemporáneos. No obstante, de una u otra forma el 4F talla sobre piedra y sin contemplación, el presente oscuro y negro que impera en Venezuela. Todavía se encuentran enquistadas en el imaginario popular, muchas interrogantes sobre el tema que resultan un misterio ¿Qué errores cometió CAP? ¿Quiénes promovieron el golpe? ¿A quién beneficiaba? ¿Nadie sabía? Al tratar de responder semejantes preguntas, inmediatamente aparecen otras más complejas, dejando a propios y extraños encerrados en una especie de laberinto sin salida.

Desde el 4F del 92 el país transita una realidad alterna; un mundo paralelo. Como si se tratara de la cuarta dimensión, las normas, los valores y el estado de derecho, se adornan con la corrupción campante, violencia desmedida, narcotráfico, deslealtades y un gran etcétera que nos hace adentrar -sin miramientos- al mar de fondo en el que se ha convertido nuestra realidad, hundiéndonos diariamente en el más inhóspito atraso social.

En la Venezuela de hoy, la única pregunta posible de formular es ¿Estamos los venezolanos en capacidad de cambiar este presente que nos tocó? Ojalá, porque si no tenemos la madurez social y política de salir de este oprobio al que estamos sometidos, entonces como dijo William Faulkner: “Lo que se considera ceguera del destino es en realidad miopía propia”. El 4F de 1992 más que una fecha, significó el despertar de los demonios.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Ingrese su nombre aquí