Democracia en tiempos de crisis, por Daniel Merchán

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EL 27 DE FEBRERO DE 2018

Hablando de democracia es oportuno recordar su valor universal, pero al mismo tiempo recordar las carencias democráticas que posee el mundo actual, los retos a futuro y sus precedentes históricos, bien señalaba la carta democrática interamericana para el caso de nuestro hemisferio en su primer articulo “Los pueblos de América tienen derecho a la democracia y sus gobiernos la obligación de promoverla y defenderla. La democracia es esencial para el desarrollo social, político y económico de los pueblos de las Américas.”

Es bien sabido que democracia es mucho más que ganar unas elecciones por la vía del voto. Es la defensa y promoción del Estado de derecho, de la independencia de los poderes públicos, de las libertades individuales y colectivas, de las garantías para los que no piensan igual que el gobierno de turno, entre muchas otras. Hoy el funcionamiento de la democracia, y sus perspectivas de desarrollo futuro, se encuentran condicionadas por la acentuación de las desigualdades, así como por la precarización laboral y las transformaciones en el trabajo que están teniendo lugar en los nuevos sistemas tecnológicos de producción.

Si no se responde a estos riesgos de manera satisfactoria, si los ciudadanos no ven en la democracia una vía adecuada para remontar tales problemas y solucionar la crisis de lo social y de lo laboral se acaba poniendo en cuestión la propia credibilidad de los sistemas de representación, de hecho hace pocos años se hizo énfasis en el rol de los ciudadanos más allá de los partidos políticos en el marco de los nuevos debates de la ONU, el anterior secretario general de Naciones Unidas Ban Ki Moon recalcaba “La sociedad civil es el oxígeno de la democracia. La sociedad civil actúa como catalizador del progreso social y del crecimiento económico. Cumple un papel fundamental al exigir cuentas al gobierno y ayuda a representar los distintos intereses de la población, incluidos sus grupos más vulnerables.”

La revista The Economist publicó hace un tiempo el ensayo titulado “¿En qué ha fallado la democracia?”, en el cual se señala que, si bien en nuestros días más personas que nunca antes viven en países que celebran regularmente elecciones libres y justas, el avance global de la democracia podría haber llegado a su fin, e incluso parece que algunos países van en reversa. Según la prestigiosa revista inglesa, la democracia está pasando por momentos difíciles. Donde se ha sacado a autócratas del poder, en la mayoría de los casos los oponentes han fracasado en crear regímenes democráticos viables. Incluso en las democracias establecidas, las fallas en el sistema se han hecho preocupantemente visibles y la desilusión con la política se ha generalizado. Y agrega que muchas democracias nominales han migrado hacia la autocracia, manteniendo una apariencia democrática externa a través de la celebración de elecciones, pero sin los derechos y las instituciones que la sustentan.

Sin embargo, Latinoamérica presenta una paradoja: es la única región del mundo que combina regímenes democráticos en casi la totalidad de los países que la integran, con amplios sectores de su población viviendo por debajo de la línea de la pobreza según la Cepal, con la distribución del ingreso más desigual del planeta, con altos niveles de corrupción y con las tasas de homicidio más elevadas del mundo. En ninguna otra región, la democracia tiene esta inédita combinación que repercute en su calidad.

En efecto, nuestras democracias exhiben importantes déficits y síntomas de fragilidad, así como serios desafíos. Las asignaturas pendientes abarcan los problemas institucionales que afectan la gobernabilidad y el Estado de derecho, la independencia y la relación entre los poderes del Estado, el fenómeno de los hiperpresidencialismos y de las reelecciones, la corrupción, las limitaciones a la libertad de expresión, el funcionamiento deficiente de los sistemas electorales y del sistema de partidos políticos, la falta de equidad de género, así como graves problemas de inseguridad ciudadana, factores que generan malestar con su funcionamiento.

Lo anterior explica que, si bien 56% de los ciudadanos apoya a la democracia, únicamente 39% está satisfecho con su funcionamiento en cifras de Latinobarómetro. “El descontento del progreso” resume muy bien el sentimiento particular que atraviesa América Latina. No obstante los importantes avances logrados, los latinoamericanos están insatisfechos con la situación que rige en la actualidad, y exigen cada vez más de sus democracias, de sus instituciones y de sus gobiernos. Hay una demanda creciente de mayor transparencia, mejor liderazgo y de políticas públicas que funcionen.

Hay que construir una sociedad democrática y una cultura de paz, y para ello el rol de la educación es muy importante sea a través de la familia (como célula básica de la sociedad), sea a través de las instituciones educativas (desde la educación inicial hasta la universitaria) e incluso la sociedad en su conjunto; en caso contrario estaremos siempre alejados de vivir en una sociedad plenamente democrática, pues como decía Juan Pablo II sobre este complejo dilema: “La democracia necesita de la virtud, si no quiere ir contra todo lo que pretende defender y estimular.”

@Daniel_Merchán

 

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