Por Mariangel Suárez Así lo veo yo
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No lo eras pero la historia, tus apetentes riquezas y la ambición del hombre te llevaron a serlo. Estás completamente fragmentada. Nada se salva de esta debacle, mucho menos, nosotros, quienes “pateamos” tus calles todos los días. Venezuela no era así, pero la ambición enfermiza, el abuso y la crueldad redujeron, a casi inexistente, todo lo conocido. Ahora, pues, nos toca empezar de cero, sin muchos de nuestros compatriotas, pero con la fuerza de un indetenible resurgimiento.
A diario nos preguntamos, qué hacemos, cómo lo hacemos, pero no existe una fórmula certera para ello, sólo una premisa: un día a la vez. Al día de hoy, bajo el lema de “los buenos somos más”, hemos mantenido la esperanza, apoyado cada manifestación y, hasta hemos escondido el miedo que naturalmente se siente cuando nos damos cuenta que somos una mayoría con buena voluntad, cansada de tantas injusticias, pero enfrentada a seres sin ningún escrúpulo y con demasiado que perder.
Nosotros que tan acostumbrados estábamos a los paisajes, a este maravilloso clima, a la buena vibra y a la camaradería venezolana, no nos dimos cuenta de todo lo que se iba por ese tubo rojo, hasta que empezó a tocarnos la piel y a dolernos hasta en el tuétano.
Mientras tanto, me sigo repitiendo: Venezuela, tú no eras así. Ahora, somos una sociedad en una etapa dura de metamorfosis, en la que puede estar pasando una aberración en una esquina (jóvenes reprimidos, detenidos, golpeados) mientras que en la acera de enfrente hay personas que siguen sus rutinas de vida. O peor aún, mientras la muerte enluta a familias venezolanas, un grupo de degenerados ríe, se burla y hasta se atreve a bailar. No, tú no eras así.
Todo está alterado. Niños que van al colegio y otros que no volvieron más; comercios saqueados y otros llenos de mercancía costosa; mujeres, niños y hombres buscando qué comer en la basura mientras que otros derrochan sin límites. Fuertes contrastes.
No Venezuela, tú no eras así, pero a pesar de todo ahora eres la solidaridad, el ingenio, la promesa. Ahora nos llenaste de orgullo, de emancipación y de fuerza para no dejarte ir. Porque los países nunca se acaban, pero los gobiernos sí.
Estamos en una profunda metamorfosis. Nos estamos deslastrando de casi dos décadas de lava roja. Siento que tenemos que parirte y ayudarte a levantar. A educar con valores, con conocimiento y con un profundo respeto por tus riquezas, para que mañana sean tu bendición y no tu derrota. Por ahora, tenemos un país en construcción, en el que volvamos a caber todos, donde dejemos de ser la burla de América Latina, el mal ejemplo. Pero sobretodo, Venezuela tiene que dejar de ser una amenaza para su gente. Porque tú no eras así.